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Relajamos el cuerpo en una posición cómoda, ya sea sentados o acostados, donde podamos sentir que los miembros y todo el resto del cuerpo nos comienza a pesar cada vez más. Cerramos los ojos y visualizamos un rayo de luz plateada o dorada (el que nos haga sentir más confortable) que pasa por el eje de nuestro cuerpo, por el centro y nos atraviesa para alinearnos y traernos paz. Dejamos que nuestro cuerpo sienta cómo la energía de ese rayo nos llena y nos equilibra.
Luego comenzamos a imaginar que nuestros pies se llenan de un color rojo profundo, que pisamos tierra roja, como la tierra con mucha arcilla. Sentimos que nos arraigamos a la tierra con los pies, pero sin desagrado, con una sensación de bienestar, de estar “plantados” en nuestro lugar.
Subimos el rojo profundo por las piernas y ese rojo se transforma en un naranja al llegar a la zona del bajo vientre, la zona del sacro-coxígea.
Un naranja brillante ilumina esa zona, como si varias esferas saltarinas bailaran a su alrededor alborotadas. Sentimos que esa zona se llena de la calidez de ese naranja y que se va transformando en una bellísima amarillo Sol al subir hacia la zona del estómago.
Y allí podemos ver cómo nuestro interior exuda amarillo Sol, amarillo plenitud, un amarillo sano que nos rodea más allá de los límites de nuestro cuerpo pero que se proyecta desde la zona de nuestro centro corporal.
El Sol se transforma en Selva tupida y un verde esmeralda llena nuestro pecho, nuestros pulmones como si respiráramos un aire más puro, más lleno de oxígeno. Imaginamos que ese verde se parece al verde que veríamos si sobrevoláramos la selva del Amazonas, absolutamente pleno y maravilloso. Nos llena de bienestar, de un sentimiento de bondad, de paz y de unión con la naturaleza aunque sea en ese momento.
Subimos hacia la garganta y podemos ver el color del cielo de esa selva, celeste como pocos. De ese celeste diáfano que no podemos dejar de mirar y que aclara nuestra garganta y que con cada respiración se lleva todas las impurezas que puede haber en esa parte de nuestro cuerpo. También se lleva todo lo que dijimos y no quisimos, todo lo que no dijimos, todo lo que está atragantado. Todo se va a ese cielo y más allá y nuestra garganta se vuelve del mismo color, de ese color celeste purísimo.
Subimos un poquito más y nos centramos en la región del entrecejo. Intentamos, con los ojos cerrados, posar la mirada allí, en la frente, justo sobre la nariz. Vemos como de a poco se va formando una estrella, la que más nos guste, de un azul profundo, un azul que se parece al color del cielo cuando es de noche, un azul que tiene algo de violeta, pero sigue siendo azul profundo. Y la estrella que vemos es nuestro propio reflejo y cada vez se hace más brillante hasta que vemos cómo se acerca a nosotros y podemos verla dibujada frente a nuestros ojos cerrados. Una estrella perfecta y hermosa, de color azul índigo, azul profundo y con algo de violeta, que es la estrella que nos guía en nuestras intuiciones.
Esa estrella es la que nos guía a seguir hacia nuestra coronilla, hacia el último destino, la parte alta de nuestra cabeza, la coronilla. Podemos ver una pequeña corona color violeta amatista, una corona con piedras plateadas muy brillantes y con piedras violetas que emana una luz violeta plateada muy, muy brillante y que se posa suavemente sobre nuestra cabeza. Y cuando la sentimos en nuestra cabeza, sentimos una paz que completa a todos los colores que vimos antes, y los repasamos mentalmente del primero a este último, sólo para verificar que siguen allí y al llegar a la corona sobre nuestra cabeza las piedras brillan aún más.
Sentimos que el rayo que nos atravesaba por nuestro centro, nuestro eje, nuestro núcleo se hace más fuerte; ahora está más estable, más nutrido.
Por último, para que todos los colores se queden con nosotros, sentimos que una capa inmensa de terciopelo violeta muy oscuro es posada sobre nuestras espaldas y cabeza, y que sin hacer nada, nos envuelve delicadamente protegiéndonos. Vemos, sentimos como nos envolvemos hacia nuestro interior, cubiertos por la capa de ese violeta extremadamente oscuro, cada vez más, y cuando sentimos que hemos llegado hasta el punto en el que nos sentimos seguros porque nada externo puede llegar a nosotros, porque esa capa es un escudo, estamos listos para, de a poco, ir abriendo nuevamente los ojos, y percibir la realidad de otra forma, con otra actitud y mucho más fuertes.
El Alma en su Laberinto ·· Hoy, en plena vibración e Iluminación.